Todavía recuerdo la primera vez que tuve la valentía de acercarme a tu cuello y respirarte de cerca. Tuve para mí ese olor particular, hermoso, fuerte, masculino.Sí, un hombre que olía a hombre. Vaya delicia…Y no era un sabor artificial, no era colonia, ni desodorante ni crema de afeitar. Eras tú.Era cada uno de los poros de tu espalda, eran tus manos, un poco de sudor divino mezclado con el aroma de tu cabello.
En ese momento comprendí mejor a Jean Baptiste Grenouille cuando quiso concentrar el olor de sus mujeres en un frasco de perfume. Ahora comprendo que no era realmente un asesino sino un loco sediento de la fragancia corporal.Nunca me habría imaginado a mí misma en una sensación tan básica, tan animal.Hoy, que la distancia nos separa y los días van corriendo sin verte, un recuerdo nasal me lleva directamente hasta tu cuello y me calma mientras te espero.Ojalá pudiera yo también guardar tu esencia en un frasco.
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