Me quedé un buen rato observando la esencia de la noche, algo que ya he visto cientos de veces en mi vida, pero algo de lo que jamás me cansaré de observar y admirar, y siempre me fascina como si fuera la primera vez.
Me imaginé que estabas allí conmigo, que me abrazabas por detrás, y me dabas uno de esos besitos tiernos tuyos mientras me susurrabas que me amabas y mirábamos el cielo juntitos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Me moví un poco y me vino un olor muy familiar, parecía el tuyo.
Me acerqué y empecé a oler, y ¡hmmmmm, que rico!, el olor entró en mi como una bocanada de aire fresco tuyo, y poco tardaron mis lágrimas en aparecer y deslizarse por mi carita.
Lloré, lloré como una niña pequeña, me acurruqué encima de las sábanas y dejé que mis lágrimas se deslizaran por mi cara mientras la Luna me bañaba con su luz intentando consolarme. Sabía que lloraba por extrañarte, y quizás en menor medida pero no por ello menos importante, por temor a perderte.
Una sensación realmente placentera me invadió al poco después. Seguía pensando en ti, en lo afortunada que soy por tenerte, en que estés conmigo y con nadie más, que sea yo la que ocupa tus sueños y se mueve por tu cabecita, la que te halla conquistado ese corazoncito tan grande y puro que tienes, en cómo te hago feliz. En todo Tú.
Me di cuenta de que me hacías tan feliz que cualquier sentimiento de tristeza o preocupación apenas puede durar unos segundos en mi corazón, pues tú lo ocupas por entero. Y tú, eres mi Felicidad. Esa Felicidad que jamás he experimentado y que nadie me ha proporcionado.
Me tumbé en la cama mirando hacia arriba y cerré los ojitos, imaginándome que te apoyabas en mi pecho y me dabas algunos besitos muy tiernos en el cuellito. Sabía que estabas conmigo.
Gracias por hacerme sentir el verdadero amor, por toda la felicidad que me regalas cada día, nunca sabré agradecértelo.
Porque eres para mi como la esencia de la noche, de la cual nunca me canso de admirar.
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